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El día que el ‘Toro’ se hizo tapatío

Fernando “Toro” Valenzuela, el legendario pitcher mexicano fallecido apenas el martes pasado, dejó una marca imborrable en los Charros de Jaliscodurante su paso por el equipo en la temporada de 1992. Luego de ser dejado en libertad por los Dodgers de Los Ángeles en 1991, Valenzuela encontró refugio en la Liga Mexicana de Béisbol (LMB) con los Charros, en una etapa llena de expectativas y de momentos cruciales tanto para el equipo como para la ciudad de Guadalajara.

El fichaje de Valenzuela ocurrió el 22 de abril de 1992, una fecha trágica para la Perla Tapatía debido a las explosiones que sacudieron la ciudad ese mismo día. A pesar de las dificultades y el dolor que Guadalajara vivió en ese momento, la llegada del “Toro” Valenzuela representó una esperanza para los aficionados al béisbol. El equipo, que había sido desafiliado en 1988 y recién regresado en 1991, logró convencer a Valenzuela de jugar en Jalisco, lo cual fue una sorpresa incluso para los directivos del club.

En su regreso a la LMB, Valenzuela tuvo una temporada de altos y bajos con los Charros, terminando con un récord de 10 victorias y 9 derrotas, y una efectividad de 3.86 en 22 aperturas. A pesar de algunos momentos difíciles en el terreno de juego, como el cuadrangular con casa llena que recibió de Rafael “Chivigón” Castañeda de los Tigres Capitalinos, Valenzuela dejó claro que aún tenía la calidad para competir. 

Así, el Parque Deportivo del Seguro Social se llenaba cada vez que Valenzuela lanzaba, aunque la afluencia bajaba significativamente en otros juegos debido a las dificultades para llegar al estadio tras las explosiones.

Su actuación con los Charros no solo atrajo multitudes, sino que también le permitió volver a las Grandes Ligas en 1993 con los Orioles de Baltimore, y más tarde con los Filis de Filadelfia en 1994, después de registrar una marca de 10-3 y una efectividad de 2.67 en 17 inicios con Jalisco.

Hoy en día, el legado de Valenzuela sigue vivo en Guadalajara. Su estatua en la entrada del estadio de los Charros es un recordatorio de su paso por el equipo y de la conexión especial que tuvo con los aficionados tapatíos en una época marcada por la resiliencia y el amor al béisbol.

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